david-rubio-webb.jpg

Blanco perfecto

12/03/2017
 Actualizado a 09/09/2019
Guardar
La prueba más evidente de que existe una distancia insalvable entre la política y la calle es que José Luis Rodríguez Zapatero se siente querido en León. Lo dijo en una entrevista concedida a este periódico, y yo no le quise llevar la contraria, por no quitarle la ilusión y por la rotundidad con la que se cree todo lo que dice. Hubo un tiempo en el que viajabas por España y, al decir que eras de León, siempre había algún gracioso que te decía «¿y por qué dejasteis salir a ZP?» (hubo otro tiempo en que los graciosos decían «¿De León? Allí solucionáis las cosas a tiros, ¿no?»), pero nunca escuché críticas hacia su gestión como presidente tan feroces y a un volumen tan elevado como en esta tierra, a pesar de que la inversión recibida durante su etapa en la Moncloa es tan superior a la del resto de gobiernos que está, o al menos debería estar, por encima de las ideologías. Los leoneses no sólo le tildaban de mal gestor y torpe político, no llegaban a opinar sobre si tenía que haber visto venir la recesión económica o si la alianza de civilizaciones era una ingenuidad global, sino que le tachaban de gañán, de haber sido el tonto de este pueblo, corto, traidor, que no había hecho nada por su tierra. Dicho todo esto, en algún caso, por parte de alguien que tenía un hijo trabajando en el Inteco y otro en el Centro Estrada. Durante un tiempo pensé que se trataba de una de las señas de identidad de esta tierra, la de estar en contra de todo aquél que destacaba lejos de la provincia (se me ocurren demasiados ejemplos como para dar nombres), pero he podido comprobar después que la costumbre no es patrimonio leonés sino que uno siempre tiene los enemigosen casa. Y cuanto más cerca, peor. Ocurrió con Rosa Valdeón, a quien no le sentó bien la combinación de cañas y ansiolíticos, pero sobre todo no les sentó bien a sus enemigos, todos zamoranos como ella, que sonara como sustituta de Juan Vicente Herrera. Ahora como sustituto suena Antonio Silván, y el razonamiento de que, te caiga bien o mal, te gusten más o menos su gestión y su ideología, te sientas o no parte de la comunidad autónoma, mejor será que mande un leonés a un salmantino en la Junta de Castilla y León resulta demasiado obvio como para asimilarlo en esta tierra. Si hay algo común a todos los políticos, a todos los partidos y a todos los territorios es que el votante, incluso el que no lo es, ve con naturalidad que barran para su casa, que beneficien al lugar del que proceden en perjuicio del resto, lo que dice mucho del concepto de poder de los españoles y lo que cualquiera de ellos haría si lo alcanzara. Pero en León, sus adversarios reconocidos se han lanzado a criticar al actual alcalde por sus ambiciones, acusándole de anteponer su trayectoria personal a los intereses de su tierra. Por su parte, sus adversarios no reconocidos han llegado a afirmar que le apoyarán «sin fisuras», lo que le debería, cuando menos, causar cierto temor. A muchos les parece imposible que un leonés llegue a mandar en Valladolid, pero también parecía imposible, salvando las insalvables distancias, que un negro mandara en la Casa Blanca, y ahí estuvo Obama, de quien Luis María Ansón dijo que, una vez convertido en presidente, era «el blanco perfecto». Aquí somos tan complicados, tan paradójicos y, sobre todo, tan atravesados que todo esto puede acabar dando un empujón al leonesismo, aunque los leonesistas, como en ellos es habitual, no se han enterado aún.
Lo más leído