jose-luis-gavilanes-web.jpg

Arce Porres, un ‘niño de Rusia’

José Luis Gavilanes Laso
23/07/2017
 Actualizado a 16/09/2019
Guardar
Ha salido recientemente publicado el libro ‘Los niños de Rusia’, del que es autor el periodista y profesor universitario Rafael Moreno Izquierdo. El autor bucea en el material desclasificado de los interrogatorios efectuados por la policía de Franco y la CIA a los repatriados españoles tras su regreso de la URSS, a finales de la década de los cincuenta del pasado siglo, con el propósito de obtener información. Aunque tras ganar la guerra, Franco tenía como objetivo intentar el regreso de los niños españoles que entre 1937 y 1938 fueron enviados a la Unión Soviética por sus padres, la España franquista recelaba que con la vuelta de los ‘niños de Rusia’, ahora adultos, la KGB intentase infiltrar agentes activos; o que el PCE utilizase la repatriación como medio eficaz para socavar el régimen. Por su parte, la CIA estaba ansiosa de saber todo lo que pudiera recabar de los repatriados españoles sobre la capacidad de la industria armamentística que se escondía tras el telón de acero en la época más dura de la guerra fría.

Uno de los acontecimientos más entrañables que trajo consigo la guerra civil española fue, sin duda, la partida de 3.500 niños hijos de republicanos que, entre dos y dieciséis años de edad, partieron rumbo a Rusia desde distintos puertos españoles. Uno de los testimonios más singulares y desgarradores de esa aventura es el de Manuel Arce Porres contado en su libro ‘Memorias de Rusia’ (2009). Natural de Oña (Burgos) y con tan sólo ocho años fue de los 800 niños que, junto con su hermano César, de doce, partió del puerto de Santurce en junio de 1937. La cosa, se decía, era para 3 o 4 meses. Ninguna madre pudo imaginar jamás que la separación iba a durar 20, 30 o más años; o que, en el peor de los casos, no iba a ver a sus hijos nunca más, como ocurrió con César, su hermano.

Arce Porres cuenta que llegaron a la entonces Leningrado el 22 de junio, donde les esperaba en el malecón una muchedumbre entusiasmada. Había entonces cientos de familias rusas que deseaban acoger o adoptar a los niños republicanos españoles. Pero las autoridades soviéticas creyeron mejor mantenerlos juntos para que no perdiesen su lengua ni su identidad, ubicándolos en 16 casas de acogida en distintas regiones de la URSS con sus respectivas numeraciones oficiales. A Arce Porres le destinaron a Óbninsk, a cien kilómetros de Moscú, un lugar hermoso rodeado de bosques y verdes prados, con maestros españoles y rusos. Allí vivió feliz hasta el 22 de junio de 1941 en que la Alemania nazi invadió la URSS. Esta nueva etapa fue tremendamente dura para todos los soviéticos. Las necesidades llegaron a ser tantas tantas, sobre todo las alimenticias, que el ingenio se desbordaba con trazos de novela picaresca: «Cuando las ganas de comer se convierten en hambre, y el hambre es crónica, comes lo que nunca te imaginarías capaz de comer, y sabe a manjar». En esa extrema situación bélica, Arce Porres inicia su vida laboral en una fábrica moscovita de producir municiones. Corría el año 1943 y tenía catorce años. El 1 de octubre de ese mismo año ocurrió algo que le cambió totalmente la vida. El descarrilamiento de un tranvía desbordado de gente desde el techo hasta los estribos laterales ocasionó varios muertos y a él la pérdida de las dos piernas. Mientras la convalecencia en el hospital, comprobó por primera vez algo de lo que insistirá varias veces en el libro: que los responsables del Partido Comunista Español velaban más por sus propios intereses que por el de los necesitados. Arce Porres no se cansa en su libro de alabar al pueblo y a las autoridades rusas, sintiéndose como privilegiado en muchos aspectos. No dice lo mismo de los responsables políticos españoles que se preocupaban más de sí mismos, de sus hijos y de sus amigos del partido: «Ni uno de los dirigentes del PCE, excepto Rubén, el hijo de La Pasionaria, estuvo en el frente, ni luchó en la guerrilla, ni trabajó 14 horas en una fábrica, ni, por supuesto, murió de hambre».

Al término de la guerra Arce Porres estudia Magisterio. Acabada la carrera y después de algunas prácticas como docente, decide estudiar medicina, matriculándose en la Facultad de Riazán para continuar los estudios en Moscú.

En 1956 empezó la repatriación en masa a España. Gracias a la intervención de la Cruz Roja Internacional se autorizó el regreso a su patria de los ‘niños de Rusia’, si bien con ciertas restricciones. La primera expedición salió en septiembre de 1956. Arce Porres decidió regresar a pesar de que le quedaba medio año para terminar la carrera de Medicina. Deseaba ver a sus padres y a su hermano menor, y por temor a que volviera a cerrarse el telón. Ya en Estambul la policía española les tomó declaración. El barco atracó en Castellón de la Plana el 21 de noviembre, donde le estaban esperando sus padres: «Fue un momento de gran emoción, la gente gritaba, se abrazaba, lloraba». Luego la policía les fue llamando uno por uno, interrogándoles sobre su vida y actividades en Rusia. Les hicieron una ficha completa, les colgaron un numero en el pecho, les tomaron las huellas y les fotografiaron de frente y de perfil. Cuenta que por entonces la URSS estaba mucho más adelantada que España en tecnología, en enseñanza, en sanidad y otros ámbitos. Había traído consigo un televisor, una lavadora y un magnetofón. El televisor no podía funcionar porque en España no había todavía televisión. La lavadora, con centrifugadora, era algo inaudito y el magnetofón se lo compró la catedral de Burgos: «supongo –comenta– para grabar los sermones».

Arce Porres se arrepintió de haber venido a España sin finalizar la carrera de Medicina, por lo que decidió volver a Rusia clandestinamente. Se licenció en 1958, especializándose en neurorradiología y al cabo de cuatro años comenzó a trabajar en el Instituto de Neurocirugía Burdenko de Moscú. En 1965 se casa con una rusa, pero se divorcia al cabo de unos meses. El 1 de marzo de 1966 regresa de nuevo a España, pero con la zozobra de saber si sería admitido, pues según la Dirección General de Seguridad figuraba como prófugo al ausentarse de España diez años antes sin autorización. Tras una dura reprimenda del entonces director de la Escuela General de Policía, Eduardo Comín Colomer, obtiene el permiso y consigue entrar en el equipo de neurocirugía del doctor Sixto Obrador. En La Paz, donde comienza a trabajar, está un año sin cobrar. Transcurrido ese tiempo, supera el examen de convalidación y obtiene los títulos de licenciatura y especialidad. Es a partir de marzo de 1967 cuando cobra el primer salario: «Nunca olvidaré ese primer sueldo que era de 25.000 pesetas». En 1968 el doctor Obrador, que había establecido contacto de intercambio con el Insttituto Burdenko de Moscú, decide aprender ruso con una profesora rusa llamada Masha, quien tras tres meses de relaciones contrae matrimonio con Arce Porres. A principios de noviembre de 1975, en acto de servicio le toca ir a El Pardo a hacerle una radiografía de tórax al generalísimo. Por supuesto, su excelencia moribunda nada sabe de la biografía del facultativo que le atiende. Éste no cae de su asombro al comprobar la pobreza de medios con que cuenta el botiquín: «Había un pequeño aparato de rayos X móvil, sobre ruedas, muy antiguo. Al enchufarlo a la red, dio un chispazo y se apagó la luz: Me acordé del lujo de Barvija y de los sanatorios privados de la nomenclatura rusa».

Arce Porres se jubiló de La Paz en 1982, pero ejerció como odontólogo hasta 1996 en que cerró la clínica por problemas lumbares. En 2001 crea la Fundación Nostalgia, con un objetivo concreto: el de conseguir del gobierno de España unas pensiones mínimas para los 220 españoles que aún quedaban en Rusia. Siempre activo y no contento con ello, junto con algunos socios rusos, sustenta una empresa de comercio exterior con Rusia que sigue funcionando hoy en día, como lo es su andadura impresionante por la vida que acabo de resumir, pese a los 88 años cumplidos y desde los catorce sin las dos piernas.
Lo más leído