Aquellas mañanas de frío

21/03/2017
 Actualizado a 07/09/2019
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Esa misma mano cálida y paternal que ahora aprieta orgullosa los dedos tiernos y frágiles de su nieto ante un estadio lleno, es la misma que tantas mañanas de domingo se encogió de frío a la intemperie de cualquier campo embarrado para llevar al niño que hoy es padre a jugar su partido.

El mismo niño que en el regreso a casa le iba contando un partido que él no había visto pero que sí sabía que lo soñaba el chaval, con regates imposibles, tiros al poste, vuelos acrobáticos en pos de un balón colgado desde la banda, remates de chilena... y él no lo acababa viendo pero sí lo contaba en la comida ante el asombro de todos.

El mismo niño que con el paso del tiempo fue creciendo, cambiando de campos, viajando más lejos, siempre de su mano, de la misma mano que se iba a quedar fría mientras miraba desde la banda.

El mismo niño que ha sido uno de los elegidos, que ayer saltaba al césped del Nuevo Reino, del Toralín, de la Eragudina, de La Llanera, los Juncos... y en cualquiera de estos graderíos siguen aquellas manos que le llevaron cada mañana de domingo a jugar, desde niño. Otros muchos han quedado en el camino, andan a sus clases, a sus trabajos, a sus afanes, a sus vidas, otras vidas alejadas de aquellos goles que soñó pero no había metido.

Bien merecen, por una vez, por un día, salir al centro del campo, ver las gradas llenas y pensar que el chaval está ahí gracias a sus mañanas de frío.
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