05/03/2017
 Actualizado a 11/09/2019
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Me perdonarán los lectores que les cuente una pequeña historia personal. Lo hago por lo que significa, no porque piense que mis pequeñas historias les puedan interesar a nadie si no es convertidas en literatura y puede que ni tampoco así.

Acabo de recibir una invitación del Ayuntamiento de Madrid para representar junto a otros escritores ‘madrileños’ a la ciudad en que vivo desde hace años, invitada de honor este año en la Feria del Libro de Guadalajara, México, la más importante de su género en el mundo. Acepte o no la invitación del Ayuntamiento de Madrid, que todavía no lo he decidido, ésta me ha hecho recordar que en el año 2010 la región invitada de honor en la Feria del Libro de Guadalajara fue Castilla y León y que en representación de la literatura de la comunidad fueron 60 escritores (repito: 60, que no sabía que los hubiera) encabezados por Antonio Gamoneda y acompañados por críticos literarios y periodistas amigos de los organizadores. A mi nadie me llamó, cosa que he de reconocer me alegró en lugar de entristecerme, pues me ahorró tener que decir que no a una invitación no deseada por varias razones. El problema vino después, cuando, con la expedición literaria ya presentada a la prensa y casi con un pie en el aeropuerto, alguien reparó en mi ausencia e, ignorante de que no era casual (la persona en cuestión acababa de llegar a su cargo en la Consejería de Cultura de la Junta castellano-leonesa), trató de ponerle remedio y, aún más, cuando a través de mi agencia literaria, la directora de la Feria del Libro de Guadalajara contactó conmigo para que, «como destacado representante de la literatura de Castilla y León», escribiera el artículo de presentación de ésta en la revista que la FIL publica en cada edición, sin saber que yo no había sido invitado a participar por mi comunidad de origen. En ambos casos tuve que asistir a la estupefacción de mis interlocutoras, pues eran las dos mujeres, al enterarse de la situación y –en el de la directora de la Feria del Libro de Guadalajara– rechazar la oferta de invitación directa que me proponía.

Algún lector pensará que si cuento ahora estas historias es porque me molestó no ser invitado por la Junta de Castilla y León a representar a la literatura de la comunidad en México. Se equivoca. Si algo me alegra en particular es no existir para aquélla desde hace años, porque ello me reafirma en mi independencia y en mi apatría, de la que soy consciente desde que nací en un pueblo que desapareció del mapa y en una provincia que tampoco existe ya, salvo por el nombre, fagocitada por la autonomía. Lo que me sorprende es que haya otras regiones que me quieran dar esa carta de naturaleza que ya no tengo y a la que tampoco aspiro, pues como mejor se vive es sin patria.
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