Antípoda

Un viaje al lugar más alejado de la comarca del Bierzo de todo el globo terráqueo, en busca de paisajes y misterios increíbles

26/10/2016
 Actualizado a 11/09/2019
Un viaje al lugar más alejado de la comarca del Bierzo de todo el globo terráqueo, en busca de paisajes y misterios increíbles
Un viaje al lugar más alejado de la comarca del Bierzo de todo el globo terráqueo, en busca de paisajes y misterios increíbles
Viajar es jugar con la geometría. El viajero auténtico es siempre un audaz geómetra. Un explorador de ángulos ocultos y de formas sorprendentes. Un incansable geonauta que transita por mundos paralelos o perpendiculares, que agota todas las de intersecciones naturales y culturales. El último destino del geómetra es siempre un viaje a las simetrías más distantes y exóticas, cuyo destino es esa geografía de pares y opuestos que representa su antípoda. Recuerdo ahora aquella vieja leyenda que dice que en tu antípoda vive en un tiempo inverso el doble de ti mismo. Siempre me hechizó la idea de pisar mi propia antípoda. Quizá mi doble estará allí durmiendo ahora que yo estoy despierto aquí escribiendo. O mejor, como afirmaba Borges: «los de aquí quizá sólo seamos el sueño de nuestro doble antipodiano». ¡Cómo podría haberme resistido a ese extraño viaje en busca de sombras y espejos! ¡Aún sigo siendo un geómetra!

La idea del doble me ha fascinado siempre como lo hizo también a otros muchos creadores, aventureros o eruditos. Recuerdo ahora cómo Dostoievski, Hoffmann, Kieslowski, Poe o Saramago recrearon el mito de la bilocación con inmensa pasión y entusiasmo. De todos ellos quien más me conmovió con su historia de duplicidades fue el cineasta Krzysztof Kieslowski. En ‘La doble vida de Verónica’, su obra maestra, las protagonistas son dos jóvenes de la misma edad e idéntico físico que viven paralelamente en distintos países. Ninguna de ellas sabe de la existencia de la otra pero ambas se sienten acompañadas por otro igual que desconocen. Yo también he presentido alguna vez alguien igual a mí, un gemelo geográfico, que podría vivir en algún lugar lejano del planeta. Viajar es sucumbir al deseo de los deseos: encontrarte en la lejanía con ese otro yo distante que es idéntico a uno mismo. Viajar es salir al encuentro de la sombra de tu sombra para descubrir que aún estás vivo.

Viajar geométricamente a mi antípoda parece una tarea sencilla. Sólo tendría que excavar un túnel que pasando por el centro de la tierra me llevara al otro lado el planeta. Ese punto de salida coincidiría exactamente con la antípoda de la comarca en que vivo, El Bierzo. Este viaje lineal, por lo profundo, es el camino más corto pero no deja de estar lleno de inconvenientes físico-químicos irresolubles y muy peligrosos. En definitiva, no se puede llegar a la antípoda si no es circundando, realizando el más lejano de los viajes y quizá el más bello. ¡Aunque esto no es suficiente!. Las antípodas están llenas de incertidumbre y sorpresas puesto que el 96% de los territorios de nuestro planeta tienen su antípoda en el mar. Viajar a la antípoda y encontrar allí tu doble y el de tu comarca es un golpe de suerte geográfico, un extraño privilegio al que pocos terrícolas pueden acceder. El Bierzo está entre ese escaso 4 % del planeta que tiene una antípoda que se puede pisar.

Cuando alguna vez presentí que en aquella lejana antípoda me encontraría con mi «alter ego» no me había equivocado. Mi viaje fue finalmente largo y vibrante. Después de 20.000 km en avión, más 1.000 km. por tierra y un barco para cruzar el estrecho de Cook llegué a la pequeña aldea de Oaro (latitud -42,54, longitud: 173,46) en la región de Marlboroug en la Isla Sur de Nueva Zelanda. Aquí en Oaro está exactamente la buscada antípoda, felizmente terrestre. Una mágica región con viñedos y frutales Y, se me olvidaba, bordeada con unas agrestes playas desde las que avistar delfines, lobos marinos y ballenas. ¡Un Bierzo marino! ¡Puede haber algo mejor!

Llegué a Oaro, no lo olvidemos, para encontrarme con mi otro yo. Para vivir mi propio mito de la duplicidad. Aquel día di un largo paseo observando atentamente al escaso paisanaje de aquella pequeñas aldea de pescadores. Mis miradas buscaban como en un espejo una imagen opuesta pero igual a la mía. Un hombre moreno de más de seis pies de altura, un géminis al final de la cuarentena. Allí nadie se parecía a mí pero todos me miraban como si yo les fuera muy familiar. Cansado me senté, y mientras respiraba el aire frio y limpio de las antípodas recordé las palabras del gran cuentista Ramón Ribeyro: «Todos tenemos un doble que vive en las antípodas, pero encontrarlo es muy difícil, porque los dobles tienden siempre a efectuar el movimiento contrario».Es decir, mi doble estaría lógicamente en ese mismo instante buscando su yo especular en su antípoda del norte, en El Bierzo. ¡Vaya!. Aunque finalmente he comprendido la naturaleza escurridiza de mi doble, sigo pensando que algún día nos cruzaremos, nuestras geometrías localizarán un punto de encuentro quizás en el ecuador o los polos. Mientras tanto seguiré jugando a ser ese nómada geómetra, a viajar, si no creo que mi doble jamás me lo perdonaría.
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