Alumnos y profesores

Se lo he preguntado varias veces a los amigos que se dedican a la docencia y no tienen contestación. No saben cómo explicar lo que en resumen son las vueltas que da la vida, que guajes a los que se les tiene que mandar una semana para su casa por lo insoportables que están sean capaces de redimir su vida casi con la misma violencia con la que la lían en las aulas y puedan llegar a tener una carrera hasta honorable. «Ahí está la magia y el misterio», me dicen. «Nunca sabes por donde van a salir», alegan muchas veces, y yo no puedo evitar la broma: «Pues por el Húmedo, como tú y yo».

Y así es en un pueblón como en León, donde nos conocemos todos y son frecuentes esos encuentros embarazosos, como cuando coinciden un profesor de Ética y además psicólogo del colegio a la hora del desayuno en un bar del centro y un alumno de su clase. Uno viene de comprar el periódico y el otro de cerrar varios bares. Pero hijo, de dónde sales. De la caverna de Platón ¿Es un pub? Sí, con navajas de Ockham y todo…Ya, bueno algo se te quedará… Sí, su asignatura cada evaluación. Y así están un rato, uno con café con leche y churros y otro con una caña y un bocata de lomo queso.

A mí también me han ocurrido episodios similares. Llegas a hacer un reportaje a un instituto y resulta que la directora es la misma profesora que te gritaba aterrorizada en una cabina de la noria del Prater de Viena en un suceso desafortunado de una excursión de fin de curso. Pues lo primero que haces, lógicamente, desde el temple que dan los años, es pedir perdón.

Aunque recuerdo también encontrarme a la hermana Azucena y asombrarse al conocer de mi vida «¡¿Pero David, hijo, de verdad, llegaste a la Universidad?!» Que pienso yo «tanta fe para unas cosas y tan poquita para otras». Sin embargo, yo también me sorprendo, y a veces hasta me echo a temblar, cuando veo a ex profesores míos firmando libros, como comisarios de importantes exposiciones de arte, como consejeros de la Junta o como obispos de la diócesis.