24/09/2016
 Actualizado a 15/09/2019
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El vientre de la Norteamérica profunda incuba una criatura espantosa, nacida de la inoculación de frases y juicios indecentes en sus vísceras más íntimas, por parte de una aberración atroz expulsada de la costa Este, donde se sentía alienígena, donde se le siente como un pasajero indeseado y hostil. Se llama Trump, y su aspecto revela sus intenciones, pues una cosa sí tienea su favor: no engaña a nadie.

En el lado de los llamados a plantar cara al monstruo, la teniente Ripley de turno responde a las claves del género: ha tenido mando pero no ha sido la líder, siempre a la sombra de otros hasta este inopinado momento definitivo. Su actitud resuelta y su voz animosa y grave nos serenan. Pronuncia sentencias que enorgullecerían a cualquiera, aunque pocos la crean de entrada. Y hasta su salud se ha revelado precaria, para dilatar la sensación de riesgo y tensar el suspense, el desequilibrio heroico entre los contendientes. El viejo mito de Goliat, de san Jorge, de Iniesta… en versión 5.0.

El desafío dura meses ya, casi se diría eterno, porque no alcanzamos a recordar cuando la monstruosidad movía a la sonrisa, justo antes de que se nos quedara congelada en los labios, justo antes de que saliera de su probeta, de su cándido huevo, y reptara a escondidas para atrapar desprevenidas gargantas por doquier, en aquellos horizontes de maizales y candor sin fin, repletos de lustrosos rifles que de nada sirven contra esta amenaza. Más aún: en estos días, el leviatán de la baba viscosa ha propagado un vástago a su imagen. Su primogénito Donald Jr. se ha lanzado al ataque con idénticas invectivas, pero un bronceado más intenso. Estamos ante una plaga que avanza inexorable. Pero no hay que preocuparse, sabemos que la teniente Ripley se muestra siempre dura, tenaz, victoriosa aunque sea en un último y agónico instante. Y es la protagonista; imposible que muera en el intento. Hollywood manda. Solo hay un pequeño inconveniente: no estamos en el cine. Igual gana el bicho...
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