28/05/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Cualquiera que tenga hijos en edad escolar o suela tratar con niños sabrá lo que es un spinner, el nuevo juguete de moda sin el cual, al parecer, uno no es nadie en el patio del colegio. Tras un ataque combinado de acoso y derribo por parte de mis hijas yo también adquirí sendos spinners –cuatro euros en un bazar chino, no es cara la moda– pensando en qué hubiera sido de mí si en su día hubiera tenido que ir al colegio desprovisto de peonza, o si mis padres no me hubieran comprado el Super-disco-chino-filipino cuando Enrique y Ana lo pusieron de moda.

Dediqué unos minutos a investigar el aparato, que no es más que un rodamiento con tres brazos que al menor golpecito gira sobre su eje causando un efecto algo hipnótico y compulsivo. Viene a ser como jugar con el llavero pero a velocidades de vértigo, aunque al parecer los chavales más hábiles son capaces de lucir toda clase de malabarismos con el juguete, lanzándolo o haciéndolo rodar sobre la punta de la nariz. Calculo que más o menos a finales del último trimestre los spinners que invadieron el mundo habrán sido olvidados y yacerán para siempre en la cápsula del tiempo en la que debe estar orbitando mi Super-disco-chino-filipino.

Pero ahora el mundo ya no es como en los tiempos de Enrique y Ana. Lo que antaño hubiera sido un juego gili al que nadie hubiera causado la menor preocupación, y cuyo furor, nos pongamos como pongamos, va a durar dos meses, ha hecho correr ríos de tinta y ha abierto todo un debate pseudocientífico que enfrenta a los que atribuyen al spinner el efecto de curar el TDH y la ansiedad, con los que consideran que destruirá sin remedio las meninges de nuestros pequeños. La prensa se hacía eco de la carta de un maestro que se lamenta de la existencia del juguete y lo relaciona con la sobre estimulación que sufren los niños del siglo XXI. El profesor sostiene que «el fin de curso 2017 pasará a la historia como aquel en el que los maestros intentaron dar clase mientras los niños daban vueltas y vueltas a sus spinners», pero que si los prohíbe «quedará como un ogro insensible». Éxito total, ha tenido miles de «me gusta» y ha sido compartido en Facebook más de 17.000 veces.

En estas ocasiones me pregunto si no habrán pasado 400 años desde que yo iba al colegio, porque si los niños no atienden en clase por estar jugando a destiempo con sus spinners ¿Hay algo o alguien a quien se le pueda echar la culpa además de a la empanada mental del maestro?
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