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A la entrada de León

24/05/2017
 Actualizado a 09/09/2019
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«A la entrada de León, hay una inmensa laguna, donde se lavan las guapas, porque feas no hay ninguna». Aunque me encantan los cantares de la tierra, nunca he visto esa laguna, ni inmensa ni diminuta. Lo que sí vi, el otro día, al entrar a León, fue una señal de carretera, una de esas rectangulares, que informan al visitante que llega, de la cualidad por la que la ciudad es reconocida: conjunto monumental, patrimonio de la humanidad, etc. Tienen un borde de color marrón y en el centro una imagen representativa. La que hay a la entrada de León, tiene el borde marrón, efectivamente, pero en el rectángulo central no hay ninguna laguna. En realidad, no hay nada, sólo un fondo blanco sucio, desleído, desaparecido.

Un fondo blanco y sucio, este es el icono de León. Quizás no para el visitante, que nada sabe, pero sí para los que conocemos la situación de la capital, que extiendo a la provincia. Me parece la metáfora perfecta y, por supuesto, sé que no ha sido idea de ninguna de las autoridades que gobiernan y deciden este tipo de cosas. Les falta imaginación y franqueza. Esta metáfora de carretera es obra del tiempo y de la realidad rotunda que se impone.

Sin embargo, me niego a escribir una columna nihilista. Siempre he preferido como opción vital el optimismo. El verdadero optimista no es que no vea los males, claro que los ve, pero no se queda en ellos, pone en juego su afán para que la cosa cambien. No se rinde. Se pone en movimiento.

Me encontré con esta señal-metáfora camino de León, a la Feria del Libro. Y en León me encontré con otros espacios que no estaban vacíos. Al contrario, estaban llenos del tesón y el talento de personas que se niegan a aceptar que León es un rectángulo absurdo y rendido. Hablo del Palacio del Conde Luna y del Centro Leonés del Arte, espacios en los que se ha desarrollado el Primer Ciclo de Editores Emergentes, con el empeño de personas como Alejandro Díez Garín y de Héctor Escobar. Y también de la Fundación Sierra Pambley, en la que Juan Antonio de Cuenca ha tenido la fe para montar una exposición fascinante, de Carlos Luxor, de Arsel Rández y de todos aquellos que siguen peleando por llenar los vacíos.

Y la semana que viene, hablaremos de Murcia.
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